“LA
PINTURA DE MIGUEL ÁNGEL”
Miguel Ángel no amaba demasiado la pintura, o al menos no
la prefería sobre las demás artes, pues la escultura tenía para él primacía
absoluta. Sin embargo, su obra pictórica tiene una importancia tan considerable
como sus trabajos escultóricos y arquitectónicos, a pesar de ser discontinua en
el tiempo y de deberse más a la voluntad o imposición de otros que a su libre
iniciativa. Hay que tener en cuenta, además, que su primer aprendizaje fue en
el ámbito de la pintura: tras una inicial resistencia, su padre accedió a
colocarlo en el taller de Ghirlandaio en abril de 1488, cuando tan sólo contaba
trece años.
Los testimonios más antiguos de esta primera actividad son
tres dibujos a pluma, copias de detalles de los frescos de Giotto en
la iglesia de Santa Croce y de Masaccio en
el Carmine. Mucho antes de cumplirse el período durante el cual debía
permanecer con Ghirlandaio, el muchacho encontró su verdadera escuela y sus
auténticos maestros en el jardín mediceo de San Marcos, donde empezó a esculpir
bajo la atenta dirección de Bertoldo di Giovanni; muy pronto, su enorme talento
plástico iba a sorprender a sus contemporáneos.
El artista abandonó Florencia tras la muerte de Lorenzo de
Médicis en 1492, viajó a Venecia, residió durante un año en Bolonia y, en 1496,
se trasladó a Roma invitado por el cardenal Riario. No se conservan pinturas
suyas de esta etapa de peregrinación, y hay que esperar hasta 1501, cuando
regresa por primera vez a Florencia, para encontrar algún rastro de su
actividad fuera del mundo de la escultura. En la capital toscana pudo admirar
el cartón de Santa Ana de Leonardo da Vinci expuesto en el convento de la
Annunziata, y en él se inspiró para confeccionar dos dibujos (uno en Oxford y
el otro en el Museo del Louvre, París) en los cuales afrontaba el mismo
problema compositivo, consistente en formar una unidad con tres figuras.
Algunas de sus Obras fueron:
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