“LA ESCULTURA DE MIGUEL ÁNGEL”
Ensalzado a la categoría de mito universal y tenido por el
más grande creador de todos los tiempos, la personalidad escultórica de Miguel
Ángel eclipsa a sus contemporáneos, de tal modo que bastaría con estudiar su
obra para comprender la evolución de la escultura del siglo XVI en su
totalidad. Con su atención al cuerpo humano y su tendencia a la sublimación de
las formas, Miguel Ángel fue el principal promotor de la visión heroica del
hombre, fundamento del clasicismo romano y punto de partida de la escultura
posterior. La variedad de las pasiones es expresada por medio de los cuerpos en
movimiento, los cuales, una vez despojadas sus formas de todo residuo
imperfecto, alcanzan una especie de glorificación a través de la fe; quizá por
ello la escultura fue siempre para Miguel Ángel el arte supremo, pues le
permitía efectivamente extraer de la materia la "idea" latente,
desprendiéndola, guiado por su intuición, del tosco bloque de mármol.
Miguel Ángel contaba veinticinco años cuando empezó la fase
clásica del Renacimiento y cincuenta cuando terminó, lo cual significa que
vivió casi cuarenta años más en el período siguiente. Las grandes obras del
primer cuarto del siglo, como la primera Piedad, el David o
el Moisés, son consecuentes con las concepciones clásicas,
aunque su carácter no estuviera muy de acuerdo con ellas. Algunas esculturas
del sepulcro de Julio II, las de las tumbas de los Médicis y especialmente las
últimas representaciones de la Virgen y Cristo (como la Pietà
Rondanini) forman parte de una estética diferente en la que predominan
los elementos no clásicos de su talento. Por tanto, de ser uno de los
forjadores del clasicismo pasó a convertirse, paradójicamente, en símbolo de la
rebelión manierista y en patrón de los movimientos anticlásicos.
Algunas de sus obras fueron:
ü El
David
ü
Piedad del Vaticano
ü
Moisés de Miguel Ángel
ü
Cupido Durmiente
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